El Arrepentimiento y la Fe

En principio debemos entender lo que es el arrepentimiento bíblico para evitar apoyar nuestra confianza en algo superficial o meramente confesional.






Ahora que tenemos una idea clara de lo que es el arrepentimiento, debemos considerar el proceso de Santificación como algo gradual con la mira de buscar los recursos de la gracia que posibilitan el crecimiento en este arrepentimiento y la liberación progresiva del pecado así como también un acercamiento al Señor de todo gozo y deleite.





Tú, pues, hijo de hombre, di a la casa de Israel: Vosotros habéis hablado así, diciendo: Nuestras rebeliones y nuestros pecados están sobre nosotros, y a causa de ellos somos consumidos; ¿cómo, pues, viviremos?
Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?
(Eze 33:10-11)

EL HOMBRE INTERIOR Y EL HOMBRE EXTERIOR

En Romanos 7:22 dice: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios”. Nuestro hombre interior se deleita en la ley de Dios. Efesios 3:16 dice: “Fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Y en 2 Corintios 4:16 Pablo dijo: “Aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. La Biblia divide nuestro ser en el hombre interior y el hombre exterior. Dios habita en el hombre interior, y lo que está fuera del hombre interior, en donde Dios habita, es el hombre exterior. En otras palabras, el hombre interior es nuestro espíritu, mientras que la persona con la que los demás tienen contacto es el hombre exterior. Nuestro hombre interior utiliza nuestro hombre exterior como vestidura. Dios depositó en nosotros, esto es, en nuestro hombre interior, Su Espíritu, Su vida, Su poder y Su misma persona. Fuera de nuestro hombre interior se encuentran nuestra mente, nuestra voluntad y el asiento de nuestras emociones; exterior a todo esto tenemos nuestro cuerpo, nuestra carne.
Para poder servir a Dios, el hombre debe liberar su hombre interior. El problema básico de muchos siervos de Dios radica en que su hombre interior no encuentra salida a través de su hombre exterior. El hombre interior debe abrirse paso por el hombre exterior a fin de ser liberado. Tenemos que ver claramente que el principal obstáculo en la obra somos nosotros mismos. Si nuestro hombre interior se encuentra aprisionado, nuestro espíritu se halla confinado y no puede salir fácilmente. Si no hemos aprendido a abrirnos paso por nuestro hombre exterior con nuestro espíritu, no podremos servir al Señor. Nada nos estorba tanto como nuestro hombre exterior. La eficacia de nuestra labor depende de cuánto haya quebrantado el Señor nuestro hombre exterior, y de que el hombre interior se libere por medio del hombre exterior quebrantado. Este es un asunto fundamental. El Señor tiene que deshacer nuestro hombre exterior para abrirle paso a nuestro hombre interior. Tan pronto como nuestro hombre interior se libera, muchos pecadores recibirán bendición y muchos creyentes recibirán gracia.

ES NECESARIO QUE EL FRASCO DE ALABASTRO SEA QUEBRADO

La Biblia habla del ungüento de nardo puro (Jn. 12:3). La Palabra de Dios usa intencionalmente el adjetivo puro. Este es un ungüento de nardo puro, algo verdaderamente espiritual. No obstante, a menos que el frasco de alabastro fuera quebrado, el ungüento de nardo puro no podía ser liberado. Es extraño que mucha gente valore más el frasco de alabastro que el ungüento. De la misma manera, muchos piensan que su hombre exterior es más valioso que su hombre interior. Este es el problema que enfrenta la iglesia en la actualidad. Es posible que valoremos demasiado nuestra propia sabiduría y pensemos que somos superiores. Otros pueden estimar sus emociones y creer que son personas excepcionales. Muchos otros se valoran exageradamente a sí mismos y creen que son mejores que los demás. Piensan que su elocuencia, sus capacidades, su discernimiento y juicio, son mejores que los de otros. Pero debemos saber que no somos coleccionistas de antigüedades, ni admiradores de frascos de alabastro, sino que buscamos el aroma del ungüento. Si la parte exterior no se quiebra, el contenido no puede salir. Ni nosotros ni la iglesia podremos seguir adelante. No debemos seguir protegiéndonos tanto a nosotros mismos.
El Espíritu Santo nunca ha dejado de obrar en los creyentes. Muchos pueden dar testimonio de la manera en que la obra de Dios nunca se ha detenido en ellos. Ellos enfrentan una prueba tras otra, un incidente tras otro. El Espíritu Santo tiene una sola meta en toda Su obra de disciplina: quebrantar y deshacer al hombre exterior, para que el hombre interior encuentre salida. Pero nuestro problema es que tan pronto enfrentamos una pequeña dificultad, murmuramos, y cuando sufrimos alguna pequeña derrota nos quejamos. El Señor ha preparado un camino para nosotros y está dispuesto a usarnos. Pero tan pronto como Su mano nos toca, nos sentimos tristes. Alegamos con El o nos quejamos ante El por todo. Desde el día en que fuimos salvos, el Señor ha estado obrando en nosotros de muchas formas, con el propósito de quebrantar nuestro yo. Lo sepamos o no, la meta del Señor siempre es la misma: quebrantar nuestro hombre exterior.
El tesoro está en vasos de barro. ¿A quién le interesa admirar vasos de barro? Lo que la iglesia necesita es el tesoro, no los vasos de barro. También el mundo necesita el tesoro, no los vasos que lo contienen. Si el vaso no se quiebra, ¿quién podrá encontrar el tesoro que está en él? El Señor obra en nosotros de muchas maneras con el propósito de quebrar el vaso de barro, o sea el frasco de alabastro, la cáscara exterior. El Señor busca la manera de brindar Su bendición al mundo por medio de aquellos que le pertenecen. Este es un sendero de bendición, pero también es un sendero manchado de sangre. La sangre debe ser derramada y las heridas son inevitables. ¡Cuán crucial es el quebrantamiento de este hombre exterior!
El problema de muchos es que antes de que el Señor mueva un dedo, ya están mostrando disgusto. Debemos entender que todas las experiencias, dificultades y pruebas que envía el Señor, redundan para nuestro beneficio. No nos puede pasar nada mejor. Si acudimos al Señor y le decimos: “Señor, por favor permite que yo escoja lo mejor”, yo creo que El nos respondería: “Ya te lo he concedido. Lo que te sucede cada día es lo que más te beneficiará”. El Señor dispone todas las circunstancias con el único fin de quebrantar nuestro hombre exterior. Nuestro espíritu puede servir al máximo sólo cuando nuestro hombre exterior es quebrantado y nuestro espíritu es liberado.

Lectura bíblica: Jn. 12:24; He. 4:12-13; 1 Co. 2:11-14; 2 Co. 3:6; Ro. 1:9; 7:6; 8:4-8; Gá. 5:16, 22-23, 25

LOS DOS PECADOS DEL HOMBRE ANTE DIOS

En la Biblia vemos que, en la era del Nuevo Testamento, sólo hay dos pecados de los cuales el hombre es culpable ante Dios. Si usted no ha creído en Cristo, usted irá al lago de fuego y perecerá allí, no por causa de algún otro pecado que haya cometido sino por no creer en el Señor Jesús. En Juan 16:9, el Señor dijo: “De pecado, por cuanto no creen en Mí”. En la actualidad, el único pecado por el cual los incrédulos son hallados culpables delante de Dios es el pecado de la incredulidad. Podemos afirmar esto sobre la base de que Dios no nos manda hacer ninguna otra cosa sino recibir al Señor Jesús. En el Antiguo Testamento tenemos los Diez Mandamientos, pero en el Nuevo Testamento sólo hay un mandamiento: arrepentirse y creer en Jesús. Este es el único mandamiento. Ya sea que usted cometa pecados o haga el bien, debe arrepentirse y creer en Jesús. Si usted no cree en Jesús, su incredulidad viene a ser pecado; éste es el único pecado. En el futuro, todos los que perecerán eternamente irán al lago de fuego, no por haber robado o mentido, sino por no haber creído en el Señor Jesús. Muchos hombres buenos, aunque jamás hayan cometido ningún asesinato ni robo o adulterio, irán al lago de fuego en la era venidera. Tal vez ellos argumenten con Dios, diciendo: “Yo no he pecado, ¿por qué entonces estoy aquí en el lago de fuego?”. Dios entonces les responderá: “Porque no creíste en Jesús”. La gente perecerá debido a su incredulidad.

Después de haber creído en el Señor, existe otro pecado por el cual somos culpables ante Dios. Muchos hermanos y hermanas no perciben esto. ¿Cuál es este pecado? El pecado de no vivir a Cristo. El mayor pecado consiste en no vivir a Cristo y no vivir por Cristo. Vi esto hace muchos años, pero no estuve tan consciente de ello sino hasta mediados de julio del año pasado, cuando estuve en una montaña pasando un tiempo íntimo a solas con el Señor. En aquel tiempo confesé mis pecados diariamente. Cuando tenía una mala intención, decía algo equivocado o tenía una actitud incorrecta, confesaba mis pecados. Todos los días confesaba mis pecados, tanto como uno se lava las manos. Entonces, el Señor me preguntó: “¿Has confesado alguna vez el pecado de no vivir a Cristo?”. Yo le dije: “¡Señor, perdóname! Yo no te he confesado este pecado. He confesado mis palabras o actitudes incorrectas, pero nunca he confesado el pecado de no vivir a Cristo. Oh Señor, yo no te expreso. Oh Señor, yo no te vivo. ¡Oh Señor, perdóname!”.

Desde aquel día, comencé a confesar este pecado detalladamente delante del Señor. Luego, descubrí que uno jamás termina de confesar este pecado diariamente. Nos resulta extremadamente difícil vivir a Cristo en cada momento del día. Yo hice un pequeño cálculo que se aplica a todos nosotros. Cada día tiene veinticuatro horas. Si sustraemos las ocho horas de sueño, todavía nos quedan dieciséis horas. Me pregunté: “¿Cuánto de este tiempo dedico a vivir a Cristo?”. Descubrí que de las dieciséis horas probablemente no vivía a Cristo ni siquiera dos horas. Durante las otras catorce horas, aunque no cometía ningún pecado, tampoco vivía a Cristo. ¿Pueden ver esto? De las dieciséis horas que pasamos despiertos, cuando mucho yo vivía a Cristo sólo dos horas.

Estas dos horas en las que vivía a Cristo comenzaban con mi tiempo de oración. De hecho, al empezar mi tiempo de oración, yo no estaba en mi espíritu sino en mi mente. Luego, gradualmente, entraba en mi espíritu al orar. Una vez que la oración me conducía a mi espíritu, vivía a Cristo en mi espíritu. Cuando oraba de esta manera, vivía a Cristo. Después que terminaba de orar, vivía en mi espíritu, pero esto no duraba mucho tiempo. En una ocasión, después de cinco minutos la hermana Lee me preguntó: “Ayer le entregaste un dinero a fulano de tal. ¿Por qué no consultaste primero conmigo?”. Su pregunta hizo que yo dejara de vivir a Cristo. Inmediatamente me volví a mi mente, preguntando: “¿Qué es esto?”. En mi reacción, no viví a Cristo. Durante los siguientes quince minutos le expuse todas mis razones, y en esos quince minutos no viví a Cristo. ¿Qué fue lo que viví? Ni siquiera yo mismo lo sé. Aunque no pequé ni me enojé, tampoco estuve en mi espíritu viviendo a Cristo. Mi condición continuó igual hasta las dos o tres de la tarde, y luego sentí que algo andaba mal. Así que, me volví al Señor y le confesé: “Señor, no viví a Cristo durante el día. Aunque no hice nada malo, estuve viviendo en mí mismo. Señor, no soy digno de confiar. Señor, ¡perdona mi pecado! Señor, recuérdame de que soy un espíritu contigo y que Tú eres un espíritu conmigo. No quiero vivir fuera de este espíritu. Deseo vivir solamente en este espíritu”. Después de confesar me sentí mucho mejor interiormente y pude percibir la dulzura del Señor, de modo que nuevamente logré permanecer en mi espíritu y vivir a Cristo. No obstante, en ese momento sonó el teléfono y yo contesté. Esa sola llamada telefónica me volvió a sacar de mi espíritu. Ha habido también otras ocasiones en las que el problema no fue el teléfono; simplemente me encontraba trabajando, sin hacer nada malo, pero aun así no estaba viviendo a Cristo.

¿Qué es lo que yo vivo cuando no vivo a Cristo? En primer lugar, la ética; en segundo lugar, la lógica; y en tercer lugar, las enseñanzas bíblicas. Por ejemplo, cuando dos cónyuges creyentes discuten entre sí, ambos se critican mutuamente. Pero supongamos que en lugar de discutir ellos se amaran, aunque no en el espíritu; puesto que ellos no cuentan esto como pecado, no se criticarían mutuamente, sino que más bien considerarían que están haciendo lo correcto. Cada día nosotros mayormente vivimos conforme a la ética y la lógica, y pasamos muy poco tiempo viviendo a Cristo en nuestro espíritu. Un día, yo hice algunos otros cálculos. Me temo que aun los mejores hermanos y hermanas de entre nosotros vivan a Cristo sólo el cinco por ciento de su tiempo, y que el noventa y cinco por ciento restante no vivan a Cristo. Algunos son contenciosos y no viven a Cristo; otros, en cambio, son apacibles y no hablan mucho, pero tampoco viven a Cristo.

EL ARBOL DE LA VIDA Y EL ARBOL DEL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL

Hermanos y hermanas, por favor pregúntense, ¿cuánto tiempo del día viven ustedes a Cristo? Después que Dios creó al hombre, lo puso frente al árbol de la vida para que pudiera comer de dicho árbol. Sin embargo, el hombre insensatamente comió de otro árbol, del árbol del conocimiento del bien y del mal. Todos sabemos que el árbol de la vida representa a Dios, y también, que el árbol del conocimiento del bien y del mal representa todo lo que no es de Dios. Por ejemplo, nuestra ética, lógica, humildad y orgullo, todos pertenecen al árbol del conocimiento del bien y del mal. El árbol del conocimiento del bien y del mal incluye no sólo las cosas malignas, sino también las buenas. Nosotros invariablemente pensamos que nuestra bondad no corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal, pero estamos equivocados. Tanto nuestra bondad como nuestras iniquidades pertenecen al árbol del conocimiento del bien y del mal. No importa si usted es una persona moral o inmoral, si es honesto o deshonesto, si roba o no, si es un ladrón o un caballero, si es una persona contenciosa o apacible, o si es una mujer astuta o virtuosa, todo ello corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal. Todo lo que no es de Dios pertenece al árbol del conocimiento del bien y del mal. Esto nos permite ver que sólo un porcentaje muy pequeño de nuestro vivir corresponde al árbol de la vida, y que el noventa y cinco por ciento corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal.

La mayoría de nosotros hemos tenido un cambio positivo después de llevar algún tiempo en la vida de iglesia. Permítanme usar el ejemplo de una pareja de esposos. Antes que ellos fueran salvos, el esposo era tosco y la esposa era de mal genio. Luego, ambos fueron salvos y entraron a la vida de iglesia. Un día discutieron entre sí, y uno de ellos dijo: “Ahora estamos en la iglesia. Mira a la gente de la iglesia. De un modo general, ellos son mejores que nosotros. Así que, de ahora en adelante ya no debemos ser toscos ni de mal genio”. De hecho, después de algunos años de estar bajo la influencia de la iglesia, ellos poco a poco fueron cambiando y dejaron de ser toscos y desordenados. Cuanto más tiempo pasaron en la vida de iglesia, más fueron conformados a la imagen de la iglesia. ¿Es esto Cristo? No. ¿Es esto el árbol de la vida? No. Cuando este hermano era tosco, su tosquedad no era del árbol de la vida sino del árbol del conocimiento del bien y del mal. Ahora él ha mejorado; en lugar de ser tosco, se parece mucho a los que están en la vida de iglesia. Aun así, su comportamiento todavía corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal. Lo mismo sucede con la esposa. Muchos de sus parientes y amigos la alaban, diciendo que ella ha cambiado mucho. Ambos han cambiado. Sin embargo, ya sea que hayan cambiado o no, el comportamiento de ellos corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal.

Hermanos y hermanas, perdónenme por ser tan franco con ustedes. Al ver sus rostros hoy, siento que tengo que decirles algunas palabras. ¿No han notado que entre los incrédulos, las mujeres se pintan los labios de rojo, se echan polvo blanco en su cara y se pintan las cejas de negro? Los colores rojo, blanco y negro, no son reales, sino que son una máscara. Agradecemos al Señor y lo alabamos porque en la iglesia local ya no vemos más estas máscaras. Las hermanas aquí ya no se pintan de rojo ni se echan polvo blanco; no se aplican maquillaje de ningún color.

En Estados Unidos vi a muchos jóvenes de pelo largo y barba. Cuando ellos por primera vez entraron al salón de reuniones, yo, un chino, tuve que observarlos de cerca para determinar si eran seres humanos o demonios. Efectivamente, eran seres humanos, pero de espaldas parecían demonios y de frente parecían gatos salvajes llenos de bigotes. Después de algún tiempo en la vida de iglesia, ellos se cortaron el cabello y se rasuraron la barba. Yo me puse muy contento al ver su nueva apariencia. Al principio, pensaba que esto era la transformación efectuada por la vida divina que estaba en ellos. Incluso llegué a jactarme delante de otros, diciendo: “¿No ven? La iglesia local es muy poderosa, pues puede lograr que alguien de pelo largo se lo corte y que los que tienen barba se la rasuren. Esta es la transformación de vida”. Sin embargo, poco después, comprendí que esto no era fruto de la transformación de vida, sino el resultado de haberse conformado a lo que ellos veían en la iglesia local. ¿Por qué puedo afirmar esto? Porque aunque una persona se haya cortado el cabello y rasurado su barba, su naturaleza permanece intacta. ¿Creen ustedes que esta persona verdaderamente fue transformada? No, no fue transformada, sino que simplemente cambió su apariencia externa. Si este hermano verdaderamente hubiera sido transformado, no sólo se habría cortado el cabello y rasurado la barba, sino que también habría sido quebrantado en cuanto a su naturaleza. Por consiguiente, el hecho de tener el cabello largo o corto, así como el hecho de tener barba o no tenerla, todo esto pertenece al árbol del conocimiento del bien y del mal, y no al árbol de la vida. La vida es Cristo mismo.

Queridos hermanos y hermanas, a Dios no le interesa nuestro cabello largo o corto, ni nuestro orgullo o humildad, ni tampoco nuestro amor o nuestro odio. Lo único que a Dios le interesa es Cristo. La intención de Dios es forjar a Cristo en nosotros. Lo que a Dios más le complace es que expresemos a Cristo en nuestra vida diaria. Pero lamentablemente, hoy existen demasiados sustitutos de Cristo. El árbol de la vida incluye un solo elemento, a saber, la vida, mientras que el árbol del conocimiento del bien y del mal incluye cientos de elementos, tales como la religión, la ética, las doctrinas, el conocimiento, el bien y el mal, la sinceridad y la hipocresía, y el orgullo y la humildad. Todo lo que no sea de Dios ciertamente pertenece al árbol del conocimiento del bien y del mal. Es aquí donde radica la diferencia. Por ejemplo, quizás usted sea un hombre perverso, que miente y roba con facilidad. Desde el punto de vista humano, usted no debería actuar de esa manera, sino más bien ser humilde, ético y honesto. Sin embargo, desde la perspectiva espiritual, simplemente ser humildes, éticos y honestos no significa necesariamente que llevemos un vivir espiritual. Lo que Dios desea no es que llevemos una vida moral, sino que vivamos a Cristo. No debemos vivir en nuestra mente, sino en nuestro espíritu; ni debemos vivir según nuestro conocimiento, sino en comunión con el Señor. Tampoco debemos vivir conforme a regulaciones externas, sino conforme a Cristo. Además, no debemos vivir conforme a las doctrinas, sino conforme al Espíritu. Debemos permanecer siempre en nuestro espíritu a fin de tener comunión con Cristo y así expresarle desde nuestro interior. Esto es lo que Dios desea, y ésta es nuestra carencia hoy.

El camino que seguimos en la iglesia es el correcto, y el terreno de la iglesia es el apropiado. En cuanto a esto no hay el más mínimo problema. Sin embargo, además de seguir el camino correcto y tener el terreno apropiado, necesitamos que el Espíritu sea nuestro contenido. Necesitamos que el árbol de la vida sea nuestro contenido. Debemos procurar estar llenos de Dios y llenos de Cristo. Esto no sólo tiene que ver con el camino que seguimos o con el terreno de unidad, sino también con el testimonio práctico. Debemos expresar al Espíritu y a Cristo en nuestro vivir. Cuando vivamos en constante comunión con El al orar sin cesar, tendremos el denuedo de decir: “Para mí el vivir es Cristo”. Espero que los hermanos y hermanas no piensen que basta con amar al Señor. Debemos darnos cuenta de que una cosa es amar al Señor, y otra es vivirlo a El. Hay muchos que aman al Señor, y no me cabe duda de que la mayoría de ustedes aman al Señor. De hecho, si no lo amaran, no estarían aquí. Pero me temo que son muy pocos los hermanos y hermanas que viven a Cristo. Una cosa es amar al Señor, y otra, vivirlo a El.

Si mis palabras permanecen en vsotros - John Piper

En esta ocacón, el hermano John nos comparte su experiencia y la bendición que ha sido para él la práctica de la memorización.
Paz!

PARTE 1

PARTE 2

PARTE 3