LOS DOS PECADOS DEL HOMBRE ANTE DIOS

En la Biblia vemos que, en la era del Nuevo Testamento, sólo hay dos pecados de los cuales el hombre es culpable ante Dios. Si usted no ha creído en Cristo, usted irá al lago de fuego y perecerá allí, no por causa de algún otro pecado que haya cometido sino por no creer en el Señor Jesús. En Juan 16:9, el Señor dijo: “De pecado, por cuanto no creen en Mí”. En la actualidad, el único pecado por el cual los incrédulos son hallados culpables delante de Dios es el pecado de la incredulidad. Podemos afirmar esto sobre la base de que Dios no nos manda hacer ninguna otra cosa sino recibir al Señor Jesús. En el Antiguo Testamento tenemos los Diez Mandamientos, pero en el Nuevo Testamento sólo hay un mandamiento: arrepentirse y creer en Jesús. Este es el único mandamiento. Ya sea que usted cometa pecados o haga el bien, debe arrepentirse y creer en Jesús. Si usted no cree en Jesús, su incredulidad viene a ser pecado; éste es el único pecado. En el futuro, todos los que perecerán eternamente irán al lago de fuego, no por haber robado o mentido, sino por no haber creído en el Señor Jesús. Muchos hombres buenos, aunque jamás hayan cometido ningún asesinato ni robo o adulterio, irán al lago de fuego en la era venidera. Tal vez ellos argumenten con Dios, diciendo: “Yo no he pecado, ¿por qué entonces estoy aquí en el lago de fuego?”. Dios entonces les responderá: “Porque no creíste en Jesús”. La gente perecerá debido a su incredulidad.

Después de haber creído en el Señor, existe otro pecado por el cual somos culpables ante Dios. Muchos hermanos y hermanas no perciben esto. ¿Cuál es este pecado? El pecado de no vivir a Cristo. El mayor pecado consiste en no vivir a Cristo y no vivir por Cristo. Vi esto hace muchos años, pero no estuve tan consciente de ello sino hasta mediados de julio del año pasado, cuando estuve en una montaña pasando un tiempo íntimo a solas con el Señor. En aquel tiempo confesé mis pecados diariamente. Cuando tenía una mala intención, decía algo equivocado o tenía una actitud incorrecta, confesaba mis pecados. Todos los días confesaba mis pecados, tanto como uno se lava las manos. Entonces, el Señor me preguntó: “¿Has confesado alguna vez el pecado de no vivir a Cristo?”. Yo le dije: “¡Señor, perdóname! Yo no te he confesado este pecado. He confesado mis palabras o actitudes incorrectas, pero nunca he confesado el pecado de no vivir a Cristo. Oh Señor, yo no te expreso. Oh Señor, yo no te vivo. ¡Oh Señor, perdóname!”.

Desde aquel día, comencé a confesar este pecado detalladamente delante del Señor. Luego, descubrí que uno jamás termina de confesar este pecado diariamente. Nos resulta extremadamente difícil vivir a Cristo en cada momento del día. Yo hice un pequeño cálculo que se aplica a todos nosotros. Cada día tiene veinticuatro horas. Si sustraemos las ocho horas de sueño, todavía nos quedan dieciséis horas. Me pregunté: “¿Cuánto de este tiempo dedico a vivir a Cristo?”. Descubrí que de las dieciséis horas probablemente no vivía a Cristo ni siquiera dos horas. Durante las otras catorce horas, aunque no cometía ningún pecado, tampoco vivía a Cristo. ¿Pueden ver esto? De las dieciséis horas que pasamos despiertos, cuando mucho yo vivía a Cristo sólo dos horas.

Estas dos horas en las que vivía a Cristo comenzaban con mi tiempo de oración. De hecho, al empezar mi tiempo de oración, yo no estaba en mi espíritu sino en mi mente. Luego, gradualmente, entraba en mi espíritu al orar. Una vez que la oración me conducía a mi espíritu, vivía a Cristo en mi espíritu. Cuando oraba de esta manera, vivía a Cristo. Después que terminaba de orar, vivía en mi espíritu, pero esto no duraba mucho tiempo. En una ocasión, después de cinco minutos la hermana Lee me preguntó: “Ayer le entregaste un dinero a fulano de tal. ¿Por qué no consultaste primero conmigo?”. Su pregunta hizo que yo dejara de vivir a Cristo. Inmediatamente me volví a mi mente, preguntando: “¿Qué es esto?”. En mi reacción, no viví a Cristo. Durante los siguientes quince minutos le expuse todas mis razones, y en esos quince minutos no viví a Cristo. ¿Qué fue lo que viví? Ni siquiera yo mismo lo sé. Aunque no pequé ni me enojé, tampoco estuve en mi espíritu viviendo a Cristo. Mi condición continuó igual hasta las dos o tres de la tarde, y luego sentí que algo andaba mal. Así que, me volví al Señor y le confesé: “Señor, no viví a Cristo durante el día. Aunque no hice nada malo, estuve viviendo en mí mismo. Señor, no soy digno de confiar. Señor, ¡perdona mi pecado! Señor, recuérdame de que soy un espíritu contigo y que Tú eres un espíritu conmigo. No quiero vivir fuera de este espíritu. Deseo vivir solamente en este espíritu”. Después de confesar me sentí mucho mejor interiormente y pude percibir la dulzura del Señor, de modo que nuevamente logré permanecer en mi espíritu y vivir a Cristo. No obstante, en ese momento sonó el teléfono y yo contesté. Esa sola llamada telefónica me volvió a sacar de mi espíritu. Ha habido también otras ocasiones en las que el problema no fue el teléfono; simplemente me encontraba trabajando, sin hacer nada malo, pero aun así no estaba viviendo a Cristo.

¿Qué es lo que yo vivo cuando no vivo a Cristo? En primer lugar, la ética; en segundo lugar, la lógica; y en tercer lugar, las enseñanzas bíblicas. Por ejemplo, cuando dos cónyuges creyentes discuten entre sí, ambos se critican mutuamente. Pero supongamos que en lugar de discutir ellos se amaran, aunque no en el espíritu; puesto que ellos no cuentan esto como pecado, no se criticarían mutuamente, sino que más bien considerarían que están haciendo lo correcto. Cada día nosotros mayormente vivimos conforme a la ética y la lógica, y pasamos muy poco tiempo viviendo a Cristo en nuestro espíritu. Un día, yo hice algunos otros cálculos. Me temo que aun los mejores hermanos y hermanas de entre nosotros vivan a Cristo sólo el cinco por ciento de su tiempo, y que el noventa y cinco por ciento restante no vivan a Cristo. Algunos son contenciosos y no viven a Cristo; otros, en cambio, son apacibles y no hablan mucho, pero tampoco viven a Cristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario