Si usted espera que de los cielos el Señor sacie su sed, que le dé agua de arriba, eso es incorrecto. Si va a pedir que el Señor sacie su sed, que le dé agua, usted tiene que abrirse a El. Cuando usted se abra, el Cristo que mora en usted saltará y fluirá (Jn. 7:37-39a). Cuanto más salte El, más del agua le dará a usted. Su sed será saciada desde adentro, y no de arriba. El manantial fue puesto en usted. La fuente de agua está en nosotros, en nuestro espíritu. Esto se comprueba con Juan 4:24. El Señor es el Espíritu, y si vamos a tocarle, tenemos que hacerlo en nuestro espíritu, lo cual significa que debemos aprender a abrirnos. Para poder ejercitar nuestro espíritu, necesitamos abrir nuestro ser.
Alabado sea el Señor que el árbol de la vida ha sido plantado en nosotros. Lo que necesitamos hacer es liberarle. Debemos aprender a liberar el Espíritu. Entonces le disfrutaremos como el aire, el agua, el alimento, la luz y, de manera completa, como el propio árbol de la vida. Esto es lo que nosotros los cristianos necesitamos ahora. No debemos tomar lo que hemos dicho como enseñanza. Tenemos que poner en práctica lo que oímos y siempre ir al Señor sabiendo que El es mucho para nosotros y que vive en nosotros.
Debemos ejercitarnos para abrir nuestro ser a fin de tocarle a El. Entonces sabremos cuán real, cuán fresco, y cuán refrescante El es para nosotros y también cuán disponible es para nosotros. Disfrutando así al Cristo que mora en nosotros, el árbol de la vida, no sólo nos salvará, nos librará, nos corregirá y nos regulará, sino que también nos transformará. Necesitamos conocer a Cristo como el árbol de la vida. Necesitamos conocer a este Cristo viviente en vida para que el Cristo que mora en nosotros como vida interior pueda transformar todo nuestro ser interior.
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