La primera mención de la casa de Dios se encuentra en Génesis 28 con Jacob. Jacob tenía una escalera erigida en la tierra y los ángeles de Dios subían y descendían por ella (v. 12). Cuando Jacob se despertó, dijo: “No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v. 17). El versículo 18 dice: “Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella”. Entonces Jacob llamó el lugar Bet-el, que significa casa de Dios (v. 19). La piedra con el aceite derramado encima es Bet-el, el templo de Dios, la casa de Dios. Nosotros somos la piedra, y Dios es el aceite. Así que, en este cuadro podemos ver de nuevo el principio de la mezcla de Dios con el hombre. La casa de Dios, el templo de Dios, es la mezcla de lo divino con lo humano.
Cuando Dios se encarnó, la naturaleza divina se mezcló con la naturaleza humana. Jesús, el Dios encarnado, era la mezcla de las naturalezas divina y humana, y nos dijo que El era el templo (Jn. 2:20-22). Por medio de la muerte y la resurrección del Señor, este templo se agrandó y llegó a ser la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 3:16). La iglesia como templo de Dios es la mezcla de Dios con el hombre de manera corporativa. Había no sólo una tabla en el tabernáculo, sino cuarenta y ocho tablas cubiertas de oro. Esta mezcla de Dios con el hombre es una habitación mutua, la morada de Dios y la de los que le buscan a El. Los que buscan más de Dios son Su morada, y El es la morada de ellos. Por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, ha sido cumplida la mezcla de Dios con Su pueblo escogido y redimido para producir la morada mutua.
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