JESUCRISTO ACTÚA Y VIVE CON LOS CREYENTES

En Juan 21:1-14 vemos que el Señor actúa y vive con los creyentes. En resurrección, el Señor no sólo se reunió con los hermanos, sino que también actuó y vivió con ellos. Él no sólo está con nosotros cuando nos reunimos, sino también en nuestro andar diario. Adonde nosotros vayamos, Él va. En cualquier cosa que hagamos, Él está ahí con nosotros. Ya sea que estemos bien o mal, el Señor está con nosotros.

A. Va con los discípulos al mar

En Juan 21:1-11 el Señor fue con los discípulos y se manifestó otra vez a ellos junto al mar de Tiberias. Pedro, el hermano que tomaba la delantera, fue el primero en regresar al mundo cuando dijo: “Voy a pescar” (21:3). Seis de los otros discípulos dijeron: “Vamos nosotros también contigo”. No sólo los seis discípulos siguieron a Pedro, sino también el Señor Jesús lo siguió. El Señor no le dijo: “Pedro, ¿qué estás haciendo? ¡Estás abandonando Mi llamamiento! ¿Vas a regresar al mar? Yo nunca iré contigo si vas ahí; irás tú solo”. Algunos tal vez pregunten: “Si voy al cine, ¿irá el Señor Jesús conmigo?”. Sí; Él irá con usted. No sólo está con usted en el lugar de reunión, sino incluso en una sala de cine. Sin embargo, no irá con usted al cine a darle paz, sino a incomodarlo, a perturbarle y a decirle que salga de ese lugar. Debido a que Él estará con usted en ese teatro, usted no podrá pasar un tiempo agradable y gozoso mientras se encuentre allí. Finalmente usted dirá: “Debo olvidarme de esta película, porque Jesús no me deja tranquilo”. Ésta es la vida en resurrección; en resurrección el Señor Jesús fue con los discípulos al mar.

1. Se manifiesta de nuevo para entrenar a los discípulos a conocer Su presencia invisible

El versículo 1 dice: “Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a los discípulos junto al mar de Tiberias”. Esto demuestra que Su venida a los discípulos en Juan 20:26 era en realidad una manifestación, ya que en el versículo dice que Él “se manifestó otra vez a los discípulos”. De nuevo, Él estaba entrenándolos a vivir en Su presencia invisible. No era un asunto de Su venida, sino de Su manifestación. Ya fuera que ellos estuvieran conscientes de Su presencia o no, Él estaba con ellos continuamente. Por la debilidad de ellos, algunas veces manifestó Su presencia a fin de fortalecer la fe que tenían en Él.

2. Entrena a los discípulos a vivir por la fe en Él

El Señor se manifestó a los discípulos en el capítulo 21, y en especial a Pedro, con el fin de entrenarlos para vivir por la fe en Él. Juan 21:2-14 revela dos asuntos principales: la debilidad de los que fueron regenerados, quienes habían recibido la comisión divina de Dios, y la provisión todo-suficiente del Señor, quien puede ayudarnos a vivir en esta tierra para llevar a cabo Su comisión, Su propósito y Su testimonio. Consideremos primeramente la debilidad de aquellos que habían sido regenerados y comisionados por Dios.

a. Pedro y otros discípulos regresan a su antigua ocupación, desviándose del llamamiento del Señor

Al principio de este capítulo, vemos un cuadro de siete discípulos bajo el liderazgo de Pedro (vs. 2-3). Junto con Pedro estaban Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. El número siete representa a todo el Cuerpo. ¿Qué estaba haciendo todo el Cuerpo junto con su líder? Ellos se estaban desviando del llamamiento del Señor y regresando a su vieja ocupación (Mt. 4:19-20; Lc. 5:3-11). Pedro dijo a los otros seis discípulos: “Voy a pescar” (v. 3). Él fue a pescar con el propósito de ganarse la vida, de conseguir algo con que alimentarse. Los demás discípulos dijeron: “Vamos nosotros también contigo” (v. 3). Debido a que Pedro era el líder, los otros fueron a pescar bajo su liderazgo. De manera que, todo el Cuerpo se fue a pescar olvidándose de su comisión divina. El Señor les había dado instrucciones de que se quedaran en Jerusalén, porque ellos habían sido comisionados (Lc. 24:49). El Señor les había dicho que esperaran en Jerusalén hasta el día en que fueran investidos con el poder celestial desde lo alto. Pero lo descrito en el capítulo 21 revela que los discípulos habían abandonado su posición, cediendo dicho terreno. Al dejar Jerusalén e ir a Galilea, ellos abandonaron su posición. Ellos decidieron ir al mar a pescar. Pedro y los otros discípulos fueron a pescar para ganarse la vida. Ellos debían de haber carecido del sustento adecuado y estaban preocupados por ello. Tal vez Pedro hubiera dicho: “Sólo tenemos comida para el día de hoy, y no sé de dónde obtendremos comida para mañana. Voy a pescar”. Pero no sólo los seis discípulos fueron con él, sino que también el Señor Jesús fue con ellos.

b. El milagro de los pescadores profesionales
que no pescaron nada

En el versículo 3 se nos dice que los discípulos “fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada”. Pedro y los hijos de Zebedeo (Juan y Jacobo) eran pescadores profesionales, y aunque todo estaba a su favor —el mar de Tiberias era grande y estaba lleno de peces y la noche era el tiempo ideal para pescar— ellos no pescaron nada en toda la noche. ¡Esto fue un milagro! Ellos echaron la red una y otra vez durante toda la noche, pero no pescaron ni un solo pez. Ciertamente el Señor les mandó a todos los peces que se apartaran de la red. Tal vez el Señor Jesús mandó a los peces diciendo: “Peces, manténganse alejados de esta red”.

El milagro de no atrapar ningún pez les enseñó algo a Pedro y a los otros discípulos, y también nos enseña algo a nosotros el día de hoy. No debemos pensar que podemos simplemente alejarnos del Señor, buscar un trabajo y ganarnos la vida. Si el Señor dispone que todos los trabajos se alejen de nosotros, jamás podremos hallar uno. No debemos pensar que podemos irnos al mar tan fácilmente y obtener una gran cantidad de pescados. Si pescamos bajo la dirección del Señor y conforme a Su voluntad, ciertamente pescaremos algo. Pero si no lo hacemos en conformidad con la voluntad del Señor y salimos por nosotros mismos, es posible que todos los peces sean alejados de nosotros y por la soberanía de Dios se aparten de nosotros. Como creyentes regenerados y comisionados por el Señor, debemos ir y hacer las cosas en conformidad con Su voluntad, incluso en lo tocante a ganarnos la vida. Puesto que fuimos regenerados y el Señor nos dio una comisión divina y celestial, debemos andar conforme a Su voluntad. No debemos tener un concepto natural acerca de cómo ganarnos la vida. Otros podrán hacerlo, pero nosotros no. Tal vez había muchos incrédulos pescando en el mar de Tiberias al mismo tiempo que los discípulos, y puede ser que ellos tuvieran una pesca exitosa. Sin embargo, estos discípulos creyentes laboraron toda la noche y fueron los únicos a quienes los peces les fueron ahuyentados. Esto fue un milagro. Por lo tanto, no debemos pensar que podemos simplemente irnos al mar y pescaremos muchos peces. Si lo hacemos por nosotros mismos, probablemente no obtendremos nada.

Los versículos 4 y 5 dicen: “Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿no tenéis algo de comer? Le respondieron: No”. El Señor Jesús se apareció cuando “ya iba amaneciendo”. El Señor no vino, sino que se apareció. En el versículo 14 vemos que Jesús “se manifestaba a Sus discípulos”. Antes de que el Señor se presentara en la playa, Él ya estaba ahí. Cuando los discípulos estaban en la barca pescando, el Señor también se encontraba ahí, porque Él estaba dentro de ellos. Pero en este momento en particular, el Señor se apareció y se mostró a ellos.

c. Los discípulos pescan abundantemente
cuando regresan a la posición correcta

Podemos comparar Juan 21:5 con Lucas 24:41-43. Cuando los discípulos estaban en la posición correcta, como en Lucas 24:41-43, ellos tenían incluso en la casa más peces de los que necesitaban, por lo que le ofrecieron una porción al Señor. Sin embargo, aquí se habían apartado del camino. De manera que, después de pescar toda la noche, no habían pescado nada —y eso que estaban en el mar— ¡no tenían ni un solo pescado! No sólo no tenían nada que ofrecer al Señor, sino que no tenían ni para alimentarse ellos mismos. El Señor les preguntó si tenían pescado para alimentarse, y ellos dijeron: “No”. Su respuesta debe haberles provocado mucha vergüenza. Si yo hubiera sido Pedro, me habría avergonzado al responder a la pregunta del Señor.

d. El milagro de pescar una gran cantidad de peces
al obedecer la palabra del Señor

El versículo 6 dice: “Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces”. La mañana (v. 4) no era el tiempo apropiado para la pesca; no obstante, cuando ellos obedecieron la palabra del Señor y echaron la red, cogieron peces en abundancia. ¡Esto indudablemente fue un milagro! Seguramente el Señor ordenó a los peces que entraran a la red. Este milagro les abrió los ojos, y “aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!” (21:7). Juan fue el primero en reconocer que era el Señor. Cuando Pedro supo que era el Señor, se echó al mar y se le acercó. Los otros discípulos vinieron con la barca, arrastrando la red llena de peces.

e. El Señor llama y restaura a Pedro
valiéndose de los milagros de la pesca

En Lucas 5:3-11, el Señor llamó a Pedro al hacer un milagro de pesca. Aquí lo recobró a Su llamamiento con otro milagro de pesca. El Señor es consistente en Su propósito.

f. El milagro de tener preparado
un pescado en la tierra

Cuando los discípulos descendieron a tierra, “vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan” (v. 9). Pedro y los discípulos vieron claramente el pescado sobre las brazas y el pan. No había necesidad de pescar ningún pez del mar, porque ya el pescado estaba listo en la tierra. El Señor realizó este milagro para enseñarle a los discípulos que si estaban bajo Su voluntad encontrarían peces en cualquier lugar, incluso en la tierra. Pero si no estaban bajo Su voluntad, no encontrarían peces ni aun en el mar. Atrapar peces no depende de nuestra habilidad natural, sino de Su voluntad, pues Él es soberano y todo se encuentra bajo Su control. Aun en un lugar donde la gente piensa que normalmente no hay peces, el Señor preparará pescados para nosotros, no directamente del mar, sino ya cocinado y preparado para nosotros.

En este capítulo vemos tres milagros, los cuales indican tres señales: el milagro de no pescar nada (v. 3), el milagro de la pesca abundante (v. 6) y el milagro del pescado sobre el fuego y el pan (v. 9). Aquí el Señor entrenaba a Pedro para que tuviera fe en Él en cuanto al sustento. Pedro y los que estaban con él intentaron pescar toda la noche, pero no obtuvieron nada. Luego, al obedecer la palabra del Señor cogieron una gran cantidad de peces. No obstante, sin estos peces e incluso estando en tierra firme donde no hay peces, el Señor preparó pescado y hasta pan para los discípulos. Esto fue un milagro. Con esto el Señor los entrenó para que reconocieran que si Él no los guiaba, no pescarían nada aunque fueran al mismo mar, donde siempre hay peces, y lo hicieran en la noche, el mejor tiempo para pescar; debían comprender que si seguían la dirección del Señor, Él podría proveer peces para ellos, aunque fuera en tierra firma, donde no hay peces, y aunque fuera en la mañana, que es el peor momento para pescar. Aunque ellos recogieron muchos peces conforme a la palabra del Señor, Él no usó esos peces para alimentarlos. Esto fue una verdadera lección para Pedro. En cuanto a procurar su sustento, él necesitaba creer en el Señor, quien “llama las cosas que no son, como existentes” (Ro. 4:17).

B. Vive con los discípulos

El Señor no sólo se movía con los discípulos, sino que vivía con ellos. En los versículos del 12 al 14 Él preparó el desayuno y lo sirvió a Sus discípulos. Las palabras del Señor: “Venid, comed” indican el cuidado y la gracia de Su parte para suplir las necesidades de Sus llamados. El Señor no dijo: “Pedro, el desayuno está listo, ven y sírvete”. No; el versículo 13 dice: “Vino Jesús, y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado”. En la provisión del Señor, el pan representa las riquezas de la tierra, y los peces, las riquezas del mar. ¡Cuán bueno es el Señor! Él sirvió el alimento a los discípulos. Este cuadro dice más que mil palabras. Aunque el Señor no reprendió a Pedro, yo creo que Pedro jamás olvidó esta lección.

¿Cómo se habría sentido si usted fuera Pedro? Si yo fuera Pedro, me habría cubierto el rostro de vergüenza. No habría sabido ni qué decir al Señor. ¿Podría acaso Pedro haber dicho: “Señor, ¿cómo estás?”. O haber dicho: “Señor, discúlpame por haber abandonado la posición correcta y haber venido aquí a pescar”. Aunque Pedro no tenía cara para comer, probablemente tenía tanta hambre que tuvo que hacerlo. Probablemente Pedro no comió mucho y, si comió, quizás lo hizo avergonzado. Pedro estaba en una situación difícil. Por un lado, el pescado que tenía en la mano había sido cocinado por el Señor; por otro, él miraba la cantidad de peces que había en la red. Esto fue una gloria para el Señor, pero fue una lección para Pedro.

Ésta es una lección muy interesante. No necesitamos palabras descriptivas; basta con mirar este cuadro. El Señor les mostró que algunos pescados habían sido ya preparados. Así que, no había más necesidad de que ellos fueran al mar. En realidad, el Señor les decía: “Si Yo deseo que vayáis al mar a pescar, os diré que lo hagáis. Mirad estos ciento cincuenta y tres pescados. No eran necesarios todos estos pescados, porque Yo ya tenía cocinado suficiente pescado para vosotros”. De nuevo, si yo hubiera sido Pedro, me habría sentido muy avergonzado. Por un lado, le habría agradecido al Señor, pero por otro, me habría dicho a mí mismo: “¡Qué insensato soy! No es necesario venir aquí a pescar poniendo a un lado la voluntad del Señor”.

Lo relacionado con nuestro sustento diario es muy práctico. Por esto el Evangelio de Juan tiene este capítulo adicional. Ya que somos los hijos regenerados de Dios, quienes recibimos la comisión divina, el Señor ciertamente cuidará de nuestro sustento diario. Debemos aprender la lección de no abandonar la comisión del Señor por ganarnos la vida. No debemos dejar la carga del Señor para ocuparnos de nuestra subsistencia. No somos gente del mundo; somos hijos de Dios. Debemos buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia, y entonces el Señor añadirá la provisión necesaria para nosotros (Mt. 6:33). Él se ocupará de nuestras necesidades. Si verdaderamente fuimos comisionados por el Señor para llevar Su carga, Su obra y Su testimonio, podemos estar en paz y tener la seguridad de que el Señor nos dará todo lo que necesitamos. Ésta es la lección que recibimos en esta porción de Juan 21.

Miremos este cuadro una vez más. Los discípulos se esforzaron toda la noche y no pescaron nada. Entonces el Señor se presentó a ellos y les dijo que echaran la red a la derecha de la barca, y ellos obtuvieron una gran cantidad de peces. Aquellos pescados fueron innecesarios, pues el Señor ya tenía preparado pescado y pan para ellos. Esta lección fue inculcada por medio de milagros y no de palabras solamente. El Señor no instruyó a Pedro y a los demás discípulos dándoles un discurso, un sermón o un mensaje. Él les dio una lección por medio de tres milagros. El primer milagro consistió en que siete hombres no pescaron ni un solo pez en toda la noche; el segundo, en que ellos finalmente pescaron ciento cincuenta y tres peces en una sola red al obedecer la palabra del Señor; y el tercero, en que sin utilizar ninguno de los peces que sacaron del mar, algo de pescado y pan ya había sido preparado en tierra. El Señor les enseñó una lección a Sus discípulos por medio de estos tres milagros.

Los discípulos aprendieron que sobre todo debían encargarse de la comisión del Señor y confiar en Él para su sustento diario. Así pues, debemos ocuparnos de la obra y del testimonio del Señor en lugar de preocuparnos por nuestro sustento. Si descuidamos la comisión del Señor por ocuparnos de ganarnos la vida, fracasaremos. En Juan 21:2-14 el Señor dio a Sus discípulos una gran lección acerca de su sustento, mostrándoles que no depende de su habilidad natural, sino de la voluntad del Señor. Si estamos en la voluntad del Señor y sometida a ella, Él proveerá el medio de vida para nosotros aun en las situaciones más difíciles. No obstante, si seguimos la manera natural y nos vamos al mar, es decir, al mundo, a buscar un empleo para ganarnos la vida, fracasaremos. Si el Señor nos llamó, no debemos preocuparnos por nuestro sustento. El Señor Jesús tiene la manera de preparar pescado sin ir a pescar. Él se ocupará de suplirnos alimento, porque Él llama las cosas que no son como existentes. El Señor, quien nos llamó, nos cuidará y nos sustentará.

LA MEZCLA DE LO DIVINO CON LO HUMANO

La casa del Señor en el Antiguo Testamento primero era el tabernáculo y luego en el templo. En el tabernáculo y en el templo había dos materiales principales: la madera de acacia y el oro. La madera estaba cubierta con el oro y unida, entrelazada, por el oro. Cuarenta y ocho tablas de madera de acacia conformaron la parte principal del tabernáculo. Todas estas cuarenta y ocho tablas fueron cubiertas de oro. Había anillos de oro en cada tabla que servían para unir las tablas (Ex. 26:24). Además había barras de acacia cubiertas de oro que pasaron por en medio de las tablas para conectarlas (26:26-29). La madera de acacia representa la naturaleza humana, y el oro, la naturaleza divina. Las naturalezas divina y humana tienen que ser edificadas juntas y mezcladas como una sola. De esta manera, la morada del Señor, el templo del Señor, es la mezcla de lo divino con lo humano.

La primera mención de la casa de Dios se encuentra en Génesis 28 con Jacob. Jacob tenía una escalera erigida en la tierra y los ángeles de Dios subían y descendían por ella (v. 12). Cuando Jacob se despertó, dijo: “No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v. 17). El versículo 18 dice: “Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella”. Entonces Jacob llamó el lugar Bet-el, que significa casa de Dios (v. 19). La piedra con el aceite derramado encima es Bet-el, el templo de Dios, la casa de Dios. Nosotros somos la piedra, y Dios es el aceite. Así que, en este cuadro podemos ver de nuevo el principio de la mezcla de Dios con el hombre. La casa de Dios, el templo de Dios, es la mezcla de lo divino con lo humano.

Cuando Dios se encarnó, la naturaleza divina se mezcló con la naturaleza humana. Jesús, el Dios encarnado, era la mezcla de las naturalezas divina y humana, y nos dijo que El era el templo (Jn. 2:20-22). Por medio de la muerte y la resurrección del Señor, este templo se agrandó y llegó a ser la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 3:16). La iglesia como templo de Dios es la mezcla de Dios con el hombre de manera corporativa. Había no sólo una tabla en el tabernáculo, sino cuarenta y ocho tablas cubiertas de oro. Esta mezcla de Dios con el hombre es una habitación mutua, la morada de Dios y la de los que le buscan a El. Los que buscan más de Dios son Su morada, y El es la morada de ellos. Por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, ha sido cumplida la mezcla de Dios con Su pueblo escogido y redimido para producir la morada mutua.

LA GROSURA DE LA CASA DEL SEÑOR

Lectura bíblica: Sal. 23:6; 36:8-9; 27:4; 84:3, 10; 90:1; Cnt. 2:3

LA INTENCION DE DIOS:
QUE EL HOMBRE LE DISFRUTARA COMO ALIMENTO

Cuando el hombre fue creado, Dios primero se le presentó al hombre como el árbol de la vida en forma de alimento. Cuando comemos, ese alimento llega a ser parte de nosotros. Esta es la misma intención que Dios tiene con respecto a nosotros, a saber, que nosotros le tomemos como alimento para ser mezclados con El a fin de expresarle en este universo. La primera mención de algo en las Escrituras siempre constituye un principio gobernante, un principio que gobierna todo lo que el Señor hace con nosotros. El principio básico de la manera en que Dios trata Su pueblo consiste en que ellos le disfrutaran como alimento, como su provisión de vida.

El Evangelio de Juan nos dice que un día este Dios, quien en el principio se le presentó al hombre como alimento, se encarnó como hombre. Dios en la forma de un hombre volvió a presentársele a él como alimento, como el pan celestial de vida (6:35, 57), para que el hombre participara de El. En Génesis 2, en el principio, Dios se le presentó al hombre como el árbol de la vida en forma de alimento. En Juan 6, después de la encarnación, Dios hizo lo mismo. Se le presentó al hombre como el pan de vida para que el hombre participara de El. En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”.

Antes de que el hombre participara del árbol de la vida, Satanás intervino haciendo caer al hombre. Después de la caída, Dios todavía se le presentó al hombre, no como la vida vegetal sino como la vida animal. Esto se debe a que después de la caída lo que se necesita es el derramamiento de sangre. Después de la caída, necesitamos la redención, así que en Génesis 3 un cordero fue preparado y provisto por Dios para Su pueblo caído (v. 21). Exodo 12 nos muestra que con el cordero redentor todavía tenemos el disfrute de comer. La sangre derramada del cordero es para redención, pero la carne de este cordero sirve como alimento del cual los redimidos pueden comer (vs. 8-9). El cordero nos lleva de nuevo al árbol de la vida. Si el hombre no hubiera caído, la vida vegetal habría sido suficiente para su disfrute. Pero después de la caída, el hombre necesita no sólo la vida vegetal, la cual es la vida que nutre, que hace generar, sino también la vida animal, la cual redime. La vida animal tiene que ver con el derramamiento de la sangre para redención, lo cual nos puede llevar de nuevo al disfrute de la vida que nutre y que hace generar.

Juan nos dice que el Cordero que quita el pecado del mundo es Cristo mismo, quien es el verdadero Dios (1:1, 29). Además de comerse el cordero pascual también se comía el pan sin levadura. El pan representa la alimentación. Después de ser redimidos, tenemos que alimentarnos del Señor y recibir nutrición de El. Junto con el pan sin levadura los hijos de Israel debían comer las hierbas amargas. Todos los aspectos de la Pascua tenían como fin el disfrute del pueblo escogido del Señor.

En el desierto los hijos de Israel pasaron a disfrutar el maná celestial, el agua viva de la roca herida y todas las diferentes ofrendas relacionadas con el tabernáculo. El libro de Levítico nos muestra el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, y la ofrenda por la transgresión. Todas estas ofrendas tipifican diferentes aspectos de Cristo que podemos disfrutar, y todos ellos, menos el holocausto, podían comerse. Cristo llega a ser nuestro disfrute por causa de Su redención y mediante ella. Además de estas ofrendas tenemos la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. La ofrenda mecida tipifica al Cristo resucitado. Cristo se está “meciendo” en resurrección. La ofrenda elevada tipifica al Cristo ascendido. El es Aquel que ha sido elevado a las alturas del universo. El Cristo resucitado y ascendido ha llegado a ser nuestro disfrute en plenitud.

LA PLENITUD DEL DISFRUTE DEL SEÑOR

Junto con todas las ofrendas tenemos el tabernáculo, y con el tabernáculo viene el sacerdocio. Finalmente, en el Antiguo Testamento, la consumación es el templo. Muchos no tienen el concepto correcto en cuanto al templo. Tal vez pensamos que el templo sólo es algo para Dios, que es simplemente la morada de Dios. Pero debemos entender que el templo de Dios, la casa de Dios, no sólo es para Dios sino también para nosotros. El templo es la máxima expresión de Dios mismo como nuestro disfrute. Dios como templo llega a ser nuestra morada. Esto corresponde con lo narrado en el Evangelio de Juan. En Juan 15 el Señor nos manda a permanecer en El (v. 5), lo cual indica que El es nuestra morada. En Juan 14 el Señor Jesús dice que en la casa de Su padre hay muchas moradas y que El iba a preparar un lugar para nosotros. Juan 14 y 15 también revelan que somos las moradas del Señor y que el Señor mismo es nuestra morada. Juan 15:4a dice: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros”. El Señor y nosotros permanecemos el uno en el otro mutuamente; ésta es una morada mutua.

La intención de Dios es hacerse nuestro disfrute en muchos aspectos para poder forjarse en nuestro ser a fin de que seamos totalmente unidos a El y mezclados con El. Los tipos, las figuras y las sombras del Antiguo Testamento proveen un cuadro claro mostrándonos que la intención de Dios es presentarse a nosotros como nuestro disfrute. Necesitamos aprender a disfrutarle. Debemos disfrutarle como nuestra vida, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestra luz, nuestro aire, nuestra morada, y como nuestro todo. Salmos 90:1 dice: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación”. El Señor no sólo es nuestra vida, nuestro alimento, nuestra bebida, luz y aire, sino que también es nuestra morada. Tenemos que morar en El. Disfrutarle a El en tantos aspectos depende de que comprendamos que el Señor es el árbol de la vida. La casa del Señor es la máxima expresión del árbol de la vida y el máximo disfrute de lo que el Señor es para nosotros.

En el salmo 23 hay cinco pasos de la experiencia de ser pastoreado por el Señor: los pastos verdes (v. 2), las sendas de justicia (v. 3), el valle de la sombra de la muerte (v. 4), el campo de la batalla (v. 5), y morar en la casa del Señor para siempre (v. 6). El versículo 6 describe la plenitud del disfrute del Señor: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”. La plenitud del disfrute del Señor es disfrutarle a El como la morada.

En el Evangelio de Juan el Señor Jesús se revela primero como el tabernáculo (1:14) y luego como el templo (2:19-21). El mismo es el templo, la casa del Señor. Morar en la casa del Señor significa disfrutar al Señor al máximo. El salmo 23 nos muestra que somos las ovejas que el Señor pastorea y hemos de disfrutarle en muchos aspectos, tales como los pastos verdes, las sendas de justicia y finalmente como la morada, el templo de Dios.

LA GROSURA DE LA CASA DEL SEÑOR

Salmos 36:8 dice: “Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias”. Podemos decir que estamos satisfechos con el Señor pero, ¿tenemos algunas experiencias de ser completamente saciados de la grosura de la casa del Señor? ¿Qué es la grosura de la casa del Señor? Es la fuente de la vida, la cual es el Señor mismo. La fuente de la vida está en la casa del Señor. Salmos 36:9 dice: “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz”. Con esta fuente de vida está la luz, lo cual corresponde definitivamente con Juan 1:4: “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. La grosura de la casa del Señor es el manantial de la vida, donde se origina la luz. Cuando nosotros disfrutamos al Señor Jesús como nuestra vida, sentimos que somos iluminados.

En el lugar santo del tabernáculo el sacerdote que servía iba primero a la mesa del pan de la proposición, la cual tipifica al Señor como nuestro pan de vida, nuestro suministro de vida. Luego avanzaba al candelero, el cual representa a Cristo como la luz de vida (Jn. 8:12). Cuando disfrutamos al Señor como la vida, disfrutamos la luz de vida y sentimos algo dentro de nosotros que está resplandeciendo. Cuanto más disfrutamos al Señor como la vida, más sentimos que somos llenos de la luz e iluminados interiormente. Del candelero el sacerdote luego iba al altar del incienso para quemar el incienso, lo cual tipifica nuestra oración que asciende al Señor como un olor grato para El. Esto nos muestra la grosura de la casa del Señor, la cual proviene de la experiencia que tenemos del manantial de la vida y de la fuente de la luz.

Cuando usted experimente al Señor de esta manera, o sea como vida y como luz y como el olor grato de incienso en la oración que ofrece a Dios, inmediatamente sentirá la necesidad de edificar el Cuerpo, la casa del Señor, la vida corporativa de iglesia. Cuanto más disfrute usted a Cristo como vida, más deseo, hambre y sed tendrá por la vida de iglesia. Cuanto más disfrute al Señor, más sentirá la necesidad de tener comunión con otros. Cuando entre en la vida de iglesia, en la casa del Señor, ésta le llevará de nuevo a las muchas experiencias de Cristo y enriquecerá y fortalecerá estas experiencias. Entonces estará usted abundantemente saciado de la grosura de la casa del Señor. Verá que el manantial de la vida y la fuente de la luz están en la casa del Señor. Si usted no está en la casa del Señor, puede recibir un anticipo del manantial de la vida y la fuente de la luz, y este anticipo le llevará a la vida de iglesia y hará que entre usted en ella. Cuando entre en la vida de iglesia, en la casa del Señor, dirá: “Aquí está el lugar donde se hallan el manantial de la vida y la fuente de la luz”. Tendrá la verdadera sensación de la dulzura, la grosura, de la casa del Señor.

DEBEMOS ABRIRNOS AL SEÑOR

Juan 3:6 nos dice que nacimos de Dios en nuestro espíritu. Y Juan 4:14 dice: “El agua que Yo le daré será en él un manantial de agua...” Las palabras “en él” son cruciales en Juan 4:14. Este manantial viviente de agua es Cristo, la propia corporificación del Dios Triuno procesado, quien ha llegado a ser el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Como manantial de agua viva, el Señor siempre espera la oportunidad para brotar de nuestro interior. Desde el momento en que usted recibió al Señor inicialmente, tal vez no se haya abierto a El desde lo profundo de su ser. Si es así, el espíritu de usted se ha convertido en una prisión, una cárcel, para Cristo. Es posible que Cristo esté encarcelado en usted. Quizás usted tenga sed, porque la fuente, el manantial, en usted está cerrada; no fluye.

Si usted espera que de los cielos el Señor sacie su sed, que le dé agua de arriba, eso es incorrecto. Si va a pedir que el Señor sacie su sed, que le dé agua, usted tiene que abrirse a El. Cuando usted se abra, el Cristo que mora en usted saltará y fluirá (Jn. 7:37-39a). Cuanto más salte El, más del agua le dará a usted. Su sed será saciada desde adentro, y no de arriba. El manantial fue puesto en usted. La fuente de agua está en nosotros, en nuestro espíritu. Esto se comprueba con Juan 4:24. El Señor es el Espíritu, y si vamos a tocarle, tenemos que hacerlo en nuestro espíritu, lo cual significa que debemos aprender a abrirnos. Para poder ejercitar nuestro espíritu, necesitamos abrir nuestro ser.

Alabado sea el Señor que el árbol de la vida ha sido plantado en nosotros. Lo que necesitamos hacer es liberarle. Debemos aprender a liberar el Espíritu. Entonces le disfrutaremos como el aire, el agua, el alimento, la luz y, de manera completa, como el propio árbol de la vida. Esto es lo que nosotros los cristianos necesitamos ahora. No debemos tomar lo que hemos dicho como enseñanza. Tenemos que poner en práctica lo que oímos y siempre ir al Señor sabiendo que El es mucho para nosotros y que vive en nosotros.

Debemos ejercitarnos para abrir nuestro ser a fin de tocarle a El. Entonces sabremos cuán real, cuán fresco, y cuán refrescante El es para nosotros y también cuán disponible es para nosotros. Disfrutando así al Cristo que mora en nosotros, el árbol de la vida, no sólo nos salvará, nos librará, nos corregirá y nos regulará, sino que también nos transformará. Necesitamos conocer a Cristo como el árbol de la vida. Necesitamos conocer a este Cristo viviente en vida para que el Cristo que mora en nosotros como vida interior pueda transformar todo nuestro ser interior.

El Arrepentimiento y la Fe

En principio debemos entender lo que es el arrepentimiento bíblico para evitar apoyar nuestra confianza en algo superficial o meramente confesional.






Ahora que tenemos una idea clara de lo que es el arrepentimiento, debemos considerar el proceso de Santificación como algo gradual con la mira de buscar los recursos de la gracia que posibilitan el crecimiento en este arrepentimiento y la liberación progresiva del pecado así como también un acercamiento al Señor de todo gozo y deleite.





Tú, pues, hijo de hombre, di a la casa de Israel: Vosotros habéis hablado así, diciendo: Nuestras rebeliones y nuestros pecados están sobre nosotros, y a causa de ellos somos consumidos; ¿cómo, pues, viviremos?
Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?
(Eze 33:10-11)

EL HOMBRE INTERIOR Y EL HOMBRE EXTERIOR

En Romanos 7:22 dice: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios”. Nuestro hombre interior se deleita en la ley de Dios. Efesios 3:16 dice: “Fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Y en 2 Corintios 4:16 Pablo dijo: “Aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. La Biblia divide nuestro ser en el hombre interior y el hombre exterior. Dios habita en el hombre interior, y lo que está fuera del hombre interior, en donde Dios habita, es el hombre exterior. En otras palabras, el hombre interior es nuestro espíritu, mientras que la persona con la que los demás tienen contacto es el hombre exterior. Nuestro hombre interior utiliza nuestro hombre exterior como vestidura. Dios depositó en nosotros, esto es, en nuestro hombre interior, Su Espíritu, Su vida, Su poder y Su misma persona. Fuera de nuestro hombre interior se encuentran nuestra mente, nuestra voluntad y el asiento de nuestras emociones; exterior a todo esto tenemos nuestro cuerpo, nuestra carne.
Para poder servir a Dios, el hombre debe liberar su hombre interior. El problema básico de muchos siervos de Dios radica en que su hombre interior no encuentra salida a través de su hombre exterior. El hombre interior debe abrirse paso por el hombre exterior a fin de ser liberado. Tenemos que ver claramente que el principal obstáculo en la obra somos nosotros mismos. Si nuestro hombre interior se encuentra aprisionado, nuestro espíritu se halla confinado y no puede salir fácilmente. Si no hemos aprendido a abrirnos paso por nuestro hombre exterior con nuestro espíritu, no podremos servir al Señor. Nada nos estorba tanto como nuestro hombre exterior. La eficacia de nuestra labor depende de cuánto haya quebrantado el Señor nuestro hombre exterior, y de que el hombre interior se libere por medio del hombre exterior quebrantado. Este es un asunto fundamental. El Señor tiene que deshacer nuestro hombre exterior para abrirle paso a nuestro hombre interior. Tan pronto como nuestro hombre interior se libera, muchos pecadores recibirán bendición y muchos creyentes recibirán gracia.

ES NECESARIO QUE EL FRASCO DE ALABASTRO SEA QUEBRADO

La Biblia habla del ungüento de nardo puro (Jn. 12:3). La Palabra de Dios usa intencionalmente el adjetivo puro. Este es un ungüento de nardo puro, algo verdaderamente espiritual. No obstante, a menos que el frasco de alabastro fuera quebrado, el ungüento de nardo puro no podía ser liberado. Es extraño que mucha gente valore más el frasco de alabastro que el ungüento. De la misma manera, muchos piensan que su hombre exterior es más valioso que su hombre interior. Este es el problema que enfrenta la iglesia en la actualidad. Es posible que valoremos demasiado nuestra propia sabiduría y pensemos que somos superiores. Otros pueden estimar sus emociones y creer que son personas excepcionales. Muchos otros se valoran exageradamente a sí mismos y creen que son mejores que los demás. Piensan que su elocuencia, sus capacidades, su discernimiento y juicio, son mejores que los de otros. Pero debemos saber que no somos coleccionistas de antigüedades, ni admiradores de frascos de alabastro, sino que buscamos el aroma del ungüento. Si la parte exterior no se quiebra, el contenido no puede salir. Ni nosotros ni la iglesia podremos seguir adelante. No debemos seguir protegiéndonos tanto a nosotros mismos.
El Espíritu Santo nunca ha dejado de obrar en los creyentes. Muchos pueden dar testimonio de la manera en que la obra de Dios nunca se ha detenido en ellos. Ellos enfrentan una prueba tras otra, un incidente tras otro. El Espíritu Santo tiene una sola meta en toda Su obra de disciplina: quebrantar y deshacer al hombre exterior, para que el hombre interior encuentre salida. Pero nuestro problema es que tan pronto enfrentamos una pequeña dificultad, murmuramos, y cuando sufrimos alguna pequeña derrota nos quejamos. El Señor ha preparado un camino para nosotros y está dispuesto a usarnos. Pero tan pronto como Su mano nos toca, nos sentimos tristes. Alegamos con El o nos quejamos ante El por todo. Desde el día en que fuimos salvos, el Señor ha estado obrando en nosotros de muchas formas, con el propósito de quebrantar nuestro yo. Lo sepamos o no, la meta del Señor siempre es la misma: quebrantar nuestro hombre exterior.
El tesoro está en vasos de barro. ¿A quién le interesa admirar vasos de barro? Lo que la iglesia necesita es el tesoro, no los vasos de barro. También el mundo necesita el tesoro, no los vasos que lo contienen. Si el vaso no se quiebra, ¿quién podrá encontrar el tesoro que está en él? El Señor obra en nosotros de muchas maneras con el propósito de quebrar el vaso de barro, o sea el frasco de alabastro, la cáscara exterior. El Señor busca la manera de brindar Su bendición al mundo por medio de aquellos que le pertenecen. Este es un sendero de bendición, pero también es un sendero manchado de sangre. La sangre debe ser derramada y las heridas son inevitables. ¡Cuán crucial es el quebrantamiento de este hombre exterior!
El problema de muchos es que antes de que el Señor mueva un dedo, ya están mostrando disgusto. Debemos entender que todas las experiencias, dificultades y pruebas que envía el Señor, redundan para nuestro beneficio. No nos puede pasar nada mejor. Si acudimos al Señor y le decimos: “Señor, por favor permite que yo escoja lo mejor”, yo creo que El nos respondería: “Ya te lo he concedido. Lo que te sucede cada día es lo que más te beneficiará”. El Señor dispone todas las circunstancias con el único fin de quebrantar nuestro hombre exterior. Nuestro espíritu puede servir al máximo sólo cuando nuestro hombre exterior es quebrantado y nuestro espíritu es liberado.

Lectura bíblica: Jn. 12:24; He. 4:12-13; 1 Co. 2:11-14; 2 Co. 3:6; Ro. 1:9; 7:6; 8:4-8; Gá. 5:16, 22-23, 25

LOS DOS PECADOS DEL HOMBRE ANTE DIOS

En la Biblia vemos que, en la era del Nuevo Testamento, sólo hay dos pecados de los cuales el hombre es culpable ante Dios. Si usted no ha creído en Cristo, usted irá al lago de fuego y perecerá allí, no por causa de algún otro pecado que haya cometido sino por no creer en el Señor Jesús. En Juan 16:9, el Señor dijo: “De pecado, por cuanto no creen en Mí”. En la actualidad, el único pecado por el cual los incrédulos son hallados culpables delante de Dios es el pecado de la incredulidad. Podemos afirmar esto sobre la base de que Dios no nos manda hacer ninguna otra cosa sino recibir al Señor Jesús. En el Antiguo Testamento tenemos los Diez Mandamientos, pero en el Nuevo Testamento sólo hay un mandamiento: arrepentirse y creer en Jesús. Este es el único mandamiento. Ya sea que usted cometa pecados o haga el bien, debe arrepentirse y creer en Jesús. Si usted no cree en Jesús, su incredulidad viene a ser pecado; éste es el único pecado. En el futuro, todos los que perecerán eternamente irán al lago de fuego, no por haber robado o mentido, sino por no haber creído en el Señor Jesús. Muchos hombres buenos, aunque jamás hayan cometido ningún asesinato ni robo o adulterio, irán al lago de fuego en la era venidera. Tal vez ellos argumenten con Dios, diciendo: “Yo no he pecado, ¿por qué entonces estoy aquí en el lago de fuego?”. Dios entonces les responderá: “Porque no creíste en Jesús”. La gente perecerá debido a su incredulidad.

Después de haber creído en el Señor, existe otro pecado por el cual somos culpables ante Dios. Muchos hermanos y hermanas no perciben esto. ¿Cuál es este pecado? El pecado de no vivir a Cristo. El mayor pecado consiste en no vivir a Cristo y no vivir por Cristo. Vi esto hace muchos años, pero no estuve tan consciente de ello sino hasta mediados de julio del año pasado, cuando estuve en una montaña pasando un tiempo íntimo a solas con el Señor. En aquel tiempo confesé mis pecados diariamente. Cuando tenía una mala intención, decía algo equivocado o tenía una actitud incorrecta, confesaba mis pecados. Todos los días confesaba mis pecados, tanto como uno se lava las manos. Entonces, el Señor me preguntó: “¿Has confesado alguna vez el pecado de no vivir a Cristo?”. Yo le dije: “¡Señor, perdóname! Yo no te he confesado este pecado. He confesado mis palabras o actitudes incorrectas, pero nunca he confesado el pecado de no vivir a Cristo. Oh Señor, yo no te expreso. Oh Señor, yo no te vivo. ¡Oh Señor, perdóname!”.

Desde aquel día, comencé a confesar este pecado detalladamente delante del Señor. Luego, descubrí que uno jamás termina de confesar este pecado diariamente. Nos resulta extremadamente difícil vivir a Cristo en cada momento del día. Yo hice un pequeño cálculo que se aplica a todos nosotros. Cada día tiene veinticuatro horas. Si sustraemos las ocho horas de sueño, todavía nos quedan dieciséis horas. Me pregunté: “¿Cuánto de este tiempo dedico a vivir a Cristo?”. Descubrí que de las dieciséis horas probablemente no vivía a Cristo ni siquiera dos horas. Durante las otras catorce horas, aunque no cometía ningún pecado, tampoco vivía a Cristo. ¿Pueden ver esto? De las dieciséis horas que pasamos despiertos, cuando mucho yo vivía a Cristo sólo dos horas.

Estas dos horas en las que vivía a Cristo comenzaban con mi tiempo de oración. De hecho, al empezar mi tiempo de oración, yo no estaba en mi espíritu sino en mi mente. Luego, gradualmente, entraba en mi espíritu al orar. Una vez que la oración me conducía a mi espíritu, vivía a Cristo en mi espíritu. Cuando oraba de esta manera, vivía a Cristo. Después que terminaba de orar, vivía en mi espíritu, pero esto no duraba mucho tiempo. En una ocasión, después de cinco minutos la hermana Lee me preguntó: “Ayer le entregaste un dinero a fulano de tal. ¿Por qué no consultaste primero conmigo?”. Su pregunta hizo que yo dejara de vivir a Cristo. Inmediatamente me volví a mi mente, preguntando: “¿Qué es esto?”. En mi reacción, no viví a Cristo. Durante los siguientes quince minutos le expuse todas mis razones, y en esos quince minutos no viví a Cristo. ¿Qué fue lo que viví? Ni siquiera yo mismo lo sé. Aunque no pequé ni me enojé, tampoco estuve en mi espíritu viviendo a Cristo. Mi condición continuó igual hasta las dos o tres de la tarde, y luego sentí que algo andaba mal. Así que, me volví al Señor y le confesé: “Señor, no viví a Cristo durante el día. Aunque no hice nada malo, estuve viviendo en mí mismo. Señor, no soy digno de confiar. Señor, ¡perdona mi pecado! Señor, recuérdame de que soy un espíritu contigo y que Tú eres un espíritu conmigo. No quiero vivir fuera de este espíritu. Deseo vivir solamente en este espíritu”. Después de confesar me sentí mucho mejor interiormente y pude percibir la dulzura del Señor, de modo que nuevamente logré permanecer en mi espíritu y vivir a Cristo. No obstante, en ese momento sonó el teléfono y yo contesté. Esa sola llamada telefónica me volvió a sacar de mi espíritu. Ha habido también otras ocasiones en las que el problema no fue el teléfono; simplemente me encontraba trabajando, sin hacer nada malo, pero aun así no estaba viviendo a Cristo.

¿Qué es lo que yo vivo cuando no vivo a Cristo? En primer lugar, la ética; en segundo lugar, la lógica; y en tercer lugar, las enseñanzas bíblicas. Por ejemplo, cuando dos cónyuges creyentes discuten entre sí, ambos se critican mutuamente. Pero supongamos que en lugar de discutir ellos se amaran, aunque no en el espíritu; puesto que ellos no cuentan esto como pecado, no se criticarían mutuamente, sino que más bien considerarían que están haciendo lo correcto. Cada día nosotros mayormente vivimos conforme a la ética y la lógica, y pasamos muy poco tiempo viviendo a Cristo en nuestro espíritu. Un día, yo hice algunos otros cálculos. Me temo que aun los mejores hermanos y hermanas de entre nosotros vivan a Cristo sólo el cinco por ciento de su tiempo, y que el noventa y cinco por ciento restante no vivan a Cristo. Algunos son contenciosos y no viven a Cristo; otros, en cambio, son apacibles y no hablan mucho, pero tampoco viven a Cristo.

EL ARBOL DE LA VIDA Y EL ARBOL DEL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL

Hermanos y hermanas, por favor pregúntense, ¿cuánto tiempo del día viven ustedes a Cristo? Después que Dios creó al hombre, lo puso frente al árbol de la vida para que pudiera comer de dicho árbol. Sin embargo, el hombre insensatamente comió de otro árbol, del árbol del conocimiento del bien y del mal. Todos sabemos que el árbol de la vida representa a Dios, y también, que el árbol del conocimiento del bien y del mal representa todo lo que no es de Dios. Por ejemplo, nuestra ética, lógica, humildad y orgullo, todos pertenecen al árbol del conocimiento del bien y del mal. El árbol del conocimiento del bien y del mal incluye no sólo las cosas malignas, sino también las buenas. Nosotros invariablemente pensamos que nuestra bondad no corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal, pero estamos equivocados. Tanto nuestra bondad como nuestras iniquidades pertenecen al árbol del conocimiento del bien y del mal. No importa si usted es una persona moral o inmoral, si es honesto o deshonesto, si roba o no, si es un ladrón o un caballero, si es una persona contenciosa o apacible, o si es una mujer astuta o virtuosa, todo ello corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal. Todo lo que no es de Dios pertenece al árbol del conocimiento del bien y del mal. Esto nos permite ver que sólo un porcentaje muy pequeño de nuestro vivir corresponde al árbol de la vida, y que el noventa y cinco por ciento corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal.

La mayoría de nosotros hemos tenido un cambio positivo después de llevar algún tiempo en la vida de iglesia. Permítanme usar el ejemplo de una pareja de esposos. Antes que ellos fueran salvos, el esposo era tosco y la esposa era de mal genio. Luego, ambos fueron salvos y entraron a la vida de iglesia. Un día discutieron entre sí, y uno de ellos dijo: “Ahora estamos en la iglesia. Mira a la gente de la iglesia. De un modo general, ellos son mejores que nosotros. Así que, de ahora en adelante ya no debemos ser toscos ni de mal genio”. De hecho, después de algunos años de estar bajo la influencia de la iglesia, ellos poco a poco fueron cambiando y dejaron de ser toscos y desordenados. Cuanto más tiempo pasaron en la vida de iglesia, más fueron conformados a la imagen de la iglesia. ¿Es esto Cristo? No. ¿Es esto el árbol de la vida? No. Cuando este hermano era tosco, su tosquedad no era del árbol de la vida sino del árbol del conocimiento del bien y del mal. Ahora él ha mejorado; en lugar de ser tosco, se parece mucho a los que están en la vida de iglesia. Aun así, su comportamiento todavía corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal. Lo mismo sucede con la esposa. Muchos de sus parientes y amigos la alaban, diciendo que ella ha cambiado mucho. Ambos han cambiado. Sin embargo, ya sea que hayan cambiado o no, el comportamiento de ellos corresponde al árbol del conocimiento del bien y del mal.

Hermanos y hermanas, perdónenme por ser tan franco con ustedes. Al ver sus rostros hoy, siento que tengo que decirles algunas palabras. ¿No han notado que entre los incrédulos, las mujeres se pintan los labios de rojo, se echan polvo blanco en su cara y se pintan las cejas de negro? Los colores rojo, blanco y negro, no son reales, sino que son una máscara. Agradecemos al Señor y lo alabamos porque en la iglesia local ya no vemos más estas máscaras. Las hermanas aquí ya no se pintan de rojo ni se echan polvo blanco; no se aplican maquillaje de ningún color.

En Estados Unidos vi a muchos jóvenes de pelo largo y barba. Cuando ellos por primera vez entraron al salón de reuniones, yo, un chino, tuve que observarlos de cerca para determinar si eran seres humanos o demonios. Efectivamente, eran seres humanos, pero de espaldas parecían demonios y de frente parecían gatos salvajes llenos de bigotes. Después de algún tiempo en la vida de iglesia, ellos se cortaron el cabello y se rasuraron la barba. Yo me puse muy contento al ver su nueva apariencia. Al principio, pensaba que esto era la transformación efectuada por la vida divina que estaba en ellos. Incluso llegué a jactarme delante de otros, diciendo: “¿No ven? La iglesia local es muy poderosa, pues puede lograr que alguien de pelo largo se lo corte y que los que tienen barba se la rasuren. Esta es la transformación de vida”. Sin embargo, poco después, comprendí que esto no era fruto de la transformación de vida, sino el resultado de haberse conformado a lo que ellos veían en la iglesia local. ¿Por qué puedo afirmar esto? Porque aunque una persona se haya cortado el cabello y rasurado su barba, su naturaleza permanece intacta. ¿Creen ustedes que esta persona verdaderamente fue transformada? No, no fue transformada, sino que simplemente cambió su apariencia externa. Si este hermano verdaderamente hubiera sido transformado, no sólo se habría cortado el cabello y rasurado la barba, sino que también habría sido quebrantado en cuanto a su naturaleza. Por consiguiente, el hecho de tener el cabello largo o corto, así como el hecho de tener barba o no tenerla, todo esto pertenece al árbol del conocimiento del bien y del mal, y no al árbol de la vida. La vida es Cristo mismo.

Queridos hermanos y hermanas, a Dios no le interesa nuestro cabello largo o corto, ni nuestro orgullo o humildad, ni tampoco nuestro amor o nuestro odio. Lo único que a Dios le interesa es Cristo. La intención de Dios es forjar a Cristo en nosotros. Lo que a Dios más le complace es que expresemos a Cristo en nuestra vida diaria. Pero lamentablemente, hoy existen demasiados sustitutos de Cristo. El árbol de la vida incluye un solo elemento, a saber, la vida, mientras que el árbol del conocimiento del bien y del mal incluye cientos de elementos, tales como la religión, la ética, las doctrinas, el conocimiento, el bien y el mal, la sinceridad y la hipocresía, y el orgullo y la humildad. Todo lo que no sea de Dios ciertamente pertenece al árbol del conocimiento del bien y del mal. Es aquí donde radica la diferencia. Por ejemplo, quizás usted sea un hombre perverso, que miente y roba con facilidad. Desde el punto de vista humano, usted no debería actuar de esa manera, sino más bien ser humilde, ético y honesto. Sin embargo, desde la perspectiva espiritual, simplemente ser humildes, éticos y honestos no significa necesariamente que llevemos un vivir espiritual. Lo que Dios desea no es que llevemos una vida moral, sino que vivamos a Cristo. No debemos vivir en nuestra mente, sino en nuestro espíritu; ni debemos vivir según nuestro conocimiento, sino en comunión con el Señor. Tampoco debemos vivir conforme a regulaciones externas, sino conforme a Cristo. Además, no debemos vivir conforme a las doctrinas, sino conforme al Espíritu. Debemos permanecer siempre en nuestro espíritu a fin de tener comunión con Cristo y así expresarle desde nuestro interior. Esto es lo que Dios desea, y ésta es nuestra carencia hoy.

El camino que seguimos en la iglesia es el correcto, y el terreno de la iglesia es el apropiado. En cuanto a esto no hay el más mínimo problema. Sin embargo, además de seguir el camino correcto y tener el terreno apropiado, necesitamos que el Espíritu sea nuestro contenido. Necesitamos que el árbol de la vida sea nuestro contenido. Debemos procurar estar llenos de Dios y llenos de Cristo. Esto no sólo tiene que ver con el camino que seguimos o con el terreno de unidad, sino también con el testimonio práctico. Debemos expresar al Espíritu y a Cristo en nuestro vivir. Cuando vivamos en constante comunión con El al orar sin cesar, tendremos el denuedo de decir: “Para mí el vivir es Cristo”. Espero que los hermanos y hermanas no piensen que basta con amar al Señor. Debemos darnos cuenta de que una cosa es amar al Señor, y otra es vivirlo a El. Hay muchos que aman al Señor, y no me cabe duda de que la mayoría de ustedes aman al Señor. De hecho, si no lo amaran, no estarían aquí. Pero me temo que son muy pocos los hermanos y hermanas que viven a Cristo. Una cosa es amar al Señor, y otra, vivirlo a El.

Si mis palabras permanecen en vsotros - John Piper

En esta ocacón, el hermano John nos comparte su experiencia y la bendición que ha sido para él la práctica de la memorización.
Paz!

PARTE 1

PARTE 2

PARTE 3